Cataluña es el motor de España. Con un 6% del territorio, y un 16% de población genera el 20% de su riqueza. El grado de apertura exterior de la economía catalana es superior al resto de las regiones europeas más industrializadas, generando el 25% de las exportaciones de todo el Estado. Las inversiones extranjeras en Cataluña son del 20%, y más del 30% de las filiales extranjeras son en territorio catalán. El ratio de funcionarios por millón de habitantes es el más reducido de España. Cataluña atrae el 25% de todo el turismo del estado y Barcelona es internacionalmente reconocida y es la octava ciudad europea más atractiva para la inversión extranjera según el European Atractiveness Survey 2015. (…)

Estos son algunos datos de la economía catalana que sin duda podríamos ampliar. Cataluña dispone de unos fundamentales muy sólidos que le permiten augurar un futuro muy optimista. Y si esto es así, ¿por qué hay que cambiarlo? Por qué adentrarnos en un campo desconocido como es la independencia? ¿Por qué no seguir igual como hasta ahora si, con los datos en la mano, somos una de las regiones más desarrolladas y con más futuro de España?

Esta es la pregunta que se hacen muchos catalanes, que entienden las ventajas de ser un Estado, pero ven en el proceso de independencia muchos riesgos e incertidumbres. Y curiosamente es todo lo contrario.

Riesgos es el seguir dentro de uno de los Estados más endeudados; riesgos son el continuar con una política de infraestructuras basada en criterios políticos y no económicos; riesgos son no disponer de un sistema judicial riguroso e independiente; o riesgos son en las pensiones donde se prevé que se acabe la hucha de la seguridad social española en un par de años.

Certezas son el saber que Cataluña seguirá sufriendo un déficit fiscal cada año; certezas son que no se podrán aplicar las políticas económicas adecuadas para el tejido industrial catalán; o certezas son que no se potenciarán las infraestructuras necesarias para poder desarrollar la economía catalana.

En política económica existe lo que se conoce como coste de oportunidad o el valor de la mejor opción no realizada. Es el valor de lo que renunciamos cuando tomamos una decisión económica. Así, si disponemos de un inmueble por ejemplo, y lo vendemos, el coste de oportunidad serían los ingresos que dejamos de ganar por no haberlo alquilado.

En una inversión hay que valorar no sólo los ingresos que se reciben, sino los potenciales ingresos que no se recibirán debido a la decisión de inversión tomada. Si los ingresos potenciales (alquiler) superan los ingresos recibidos (venta) entonces se puede considerar que la decisión de vender no era la mejor.

En el caso de decidir no a la independencia, el coste de oportunidad sería el valor de todos los beneficios que esta conllevaría. De este modo, habría que comparar lo que se obtiene de pertenecer a España con todo lo que se perdería por no disponer de un Estado propio.

Sólo la eliminación del déficit fiscal es un coste de oportunidad suficiente para decantar la balanza en términos económicos. Pero también hay que considerar el coste de oportunidad en términos lingüísticos, sociales, culturales e identitarios.

La suma de todas estas variables nos daría un Coste de oportundiad de mantenernos dentro del Estado Español enorme. No obstante, el Coste de oportunidad real es mucho mayor que éste. De hecho, el mayor coste de oportunidad no son las variables descritas anteriormente, sino el hecho de disponer de las herramientas de estado para poder desarrollar las políticas económicas necesarias, y sobre todo el tener por primera vez un Estado que no va en contra de intereses de Cataluña sino que busca maximizar los. Este es el verdadero coste de oportunidad de no alcanzar la independencia de Cataluña.

De esta manera, podemos contentarnos en seguir siendo la región de España con más futuro o convertirse en un Estado con un potencial muy superior. El Cercle Català de Negocis ve como objetivo el alcanzar un estado de 300.000 millones € PIB, innovador, competitivo y social en los próximos 10 años.

“El mayor peligro no es que nuestro objetivo sea demasiado alto y que no lo logremos, sino que sea demasiado bajo y que lo consigamos”

Roger Fatjó

Responsable del Servicio de Estudios del CCN

La data de publicació és: 18-06-2015