Publicado en Cataluña Económica.
A menudo nos acusan de ser demasiado optimistas con respecto a la viabilidad de una Cataluña independiente. Parece como si viniésemos a decir que Cataluña navegará en la abundancia si se independiza. Y claro, tanto optimismo romántico no resulta muy creíble. Sin embargo, mientras nos lo pensamos, son otros quienes continúan viviendo por encima de sus posibilidades. Hacen como si la crisis no fuera con ellos, cuando precisamente son quienes generaron las condiciones para que estallara, desoyendo las advertencias de numerosas entidades catalanas.
Es cierto que todo proceso de secesión comporta que ambas partes deban asumir ciertos riesgos, pero con voluntad política podrían minimizarse significativamente. En eso consisten las secesiones pactadas. Sin embargo, la secesión no pactada también es una forma de reducir los riesgos; básicamente, porque mientras España nos lleve por este camino, cada parte deberá asumir los suyos, incluida la deuda pública.
Mientras tanto, los argumentos económicos a favor de la independencia van adquiriendo mayor protagonismo, más aun cuando la realidad económica permite disipar las dudas que el discurso del terror ha ido sembrando. A estas alturas, nadie puede evitar darse por enterado. Y sin embargo, las exportaciones, el turismo, la cotización de las empresas catalanas y la captación de inversiones extranjeras se consolidan a medida que avanza el proceso. De modo que, de momento, no hay motivo para no dejar de ser razonablemente optimista, al menos por nuestra parte. Y lo que es más importante, el proceso soberanista nos da el halo de esperanza que España nos niega y que tanta falta nos hace.
Con la independencia, Cataluña erradicará el déficit fiscal que mantiene con España: unos 16.700 millones de euros (300.000 millones acumulados desde 1986). Además, tendrá la oportunidad de salir de un sistema que empuja a empresarios y trabajadores a la insolvencia y a la delincuencia fiscal. Sólo en Cataluña, la administración tributaria deja de ingresar más de 13.500 millones de euros cada año por culpa de la economía sumergida; y ello a pesar de ser menor que en muchas otras comunidades. El caso es que si los índices de economía sumergida de España hubiesen sido equiparables a los de países de su entorno, no habría sido necesario recurrir al déficit fiscal interterritorial. Pero ahora ya es demasiado tarde para lamentaciones. Resulta más productivo afrontar los retos del futuro.
Nuestro futuro más inmediato pasa por adoptar un nuevo modelo de administración tributaria (ya diseñado) que nos permita reducir en un 40% el impacto de la economía sumergida. Igualmente, tenemos que considerar las pérdidas que las ineficiencias que la propia administración tributaria española genera anualmente. En el caso de Cataluña están cifradas en unos 9.500 millones de euros. La independencia no las erradicará por completo, pero la adopción de un nuevo modelo de gestión tributaria acercará su efectividad a la de países de nuestro entorno. Ello no debería ser motivo para tacharnos de optimistas trasnochados, pues es lo que cabria esperar de una administración pública moderna.
Pero más allá de estas consideraciones, la crisis ha puesto en evidencia el modelo económico adoptado por España. Cataluña ha optado por una economía productiva basada en la industrialización. Ello ha permitido generar dos puestos de trabajo en el sector servicios por cada puesto de trabajo industrial; un factor clave que ha permitido absorber buena parte de los excedentes demográficos de otras comunidades. En cambio, Madrid ha optado por favorecer a las grandes corporaciones de obras públicas i servicios, cuya demanda la genera un único cliente potencial: un Estado cada vez más endeudado y a cada quilómetro de autovía y de ferrocarril, más cerca del precipicio. ¿Acaso trataba de emular el modelo de desarrollo económico basado en las reales fábricas del s. XVII?
El problema de las economías industrializadas es que necesitan algunos factores de desarrollo que España ya no puede ofrecer, si es que algún día lo hizo: infraestructuras de primer nivel, un sistema político que garantice la competencia y que permita maximizar las ventajas competitivas de cada territorio y, sobre todo, amplios mercados solventes capaces de generar demanda en sectores de alto valor añadido. Los industriales catalanes se equivocan si continúan pensando en España como en su mercado natural. Mientras no salgamos de este paradigma, estaremos condenados a fabricar paños de cocina, cuando nuestros competidores ya experimentan con nuevos tejidos de última generación.
Pero nada de ello tendría sentido si el proceso soberanista no se hiciese pensando en los sectores más desfavorecidos de nuestra sociedad. 2.280.000 catalanes viven en situación de pobreza o de extrema pobreza. Y a ellos nos debemos. Esta es la cara oculta del déficit fiscal, de la falta de inversiones en infraestructuras y del coste de mantener un Estado subsidiado. Es lo que da sentido al proceso. Sólo la plena soberanía nos permitirá adoptar decisiones económicas en clave catalana. Esta es la clave de nuestro progreso.
Albert Pont
Presidente del Cercle Català de Negocis Play’n Go gratis gokkasten op Pinterest – Busjes, Egypte en Paaseieren
La data de publicació és: 20-10-2014