Estos últimos días he tenido mucho trabajo en el huerto de casa, mientras sobre la Sierra Litoral crecen nubes que anunciaban tormenta. Aprovechando algun rato de descanso, he podido ver la desafortunada entrevista que TV3 ofrecia al embajador de Israel y las explicaciones del profesor Sala y Martín, sobre cómo la Generalitat está planteando el reparto de bienes y deudas del Estado español. Como siempre, una clase magistral. Ni el autor del informe del CATN no hubiera podido hacerlo mejor si hubiera tenido la ocasión. Y, al terminar, volví al huerto desde donde observo y reflexiono, aunque últimamente lo único que veo crecer es mi inquietud.

Hace tiempo, el Cercle Català de Negocis se posicionó a favor de una candidatura unitaria en las pasadas elecciones europeas. Para nosotros, aquella era una propuesta de mínimos. Lo que verdaderamente queríamos era rebentar las urnas con una candidatura de la sociedad civil, anques que otros capitalizaran el descontentamiento social provocado por la crisis, los recortes y una clase política cada vez más cuestionada. Pero nos quedamos solos. Y ahora ya es tarde. No quisimos insistir por un exceso de prudencia. No queríamos que nadie pensara que tenemos algún interés personal, simplemente porque no teníamos ninguno. Al mismo tiempo, ya éramos conscientes que nos habíamos jugado el éxito del proceso en el campo internacional. Y es así. La diplomacia española, se está mostrando muy efectiva, entre esnobismos mesurados y Ballons Bleus agitando copas de Teso de Monja del 2008 con un poco de cola. Y es que la diplomacia es como un buen vino. Quiere tiempo y experiencia, pero cada uno se lo toma como quiere.

Cataluña ha dejado el proceso en manos de académicos, líderes trasnochados del mayo del 68 y alguna doncella polioperada. Y ahora pagamos el hecho que nuestra representación bilateral al exterior responda a absurdas cuotas impuestas por los partidos. La lógica de los partidos, siempre chocamos con la lógica de los partidos… Y, al mismo tiempo, tenemos que reconocer que todoso ellos hacen lo que pueden, pero esto no sirve de mucho si nuestros representantes no dominan ni la lengua del país ni se les proporciona instrucciones ni una buena agenda de contactos. Las políticas de Estado, no se improvisan y la representación internacional al más alto nivel, de una nación que aspira a convertirse en Estado, no se puede dejar en manor de un entrenador de fútbol, por muy bueno que sea y por mucho que lo queramos. Nos estamos ganando que no nos tomen seriamente.

Estas últimas semanas he aprendido mucho, incluso de todos nuestros propios desaciertos. Ahora ya tenemos claro que la secesión no solo es un acto de fuerza contra un Estado. Si es necesario, tiene que ser un acto de fuerza contra toda la comunidad internacional. Y tiene que ser así porque en diplomacia hay un principio darwinista que afirma que si una nación es capaz de mostrarse firme, lúcida y única ante el mundo entero, entonces está mostrando su madurez, su capacidad de sobrevivir e integrarse en la comunidad de Estados. Es, pues, un error estratégico intentar reclamar la atención y despertar vanamente las simpatías de los líderes internacionales. Otro trabajo tienen. Además, España tampoco lo hace. La diplomacia española no dejaría nunca una cuestión de seguridad nacional, como es su integridad territorial, en manos de la lógica borrosa. Simplemente juega la carta de la disuasión. Y funciona.

Hoy por hoy, la diplomacia catalana solo puede tener un objetivo: romper el discurso propagandístico español que afirma que el proceso catalán es una cuestión interna del Estado. La independencia de Cataluña es un asunto internacional, tiene consecuencias más allá de nuestras fronteras y, como tal, tenemos que conseguir introducirla en la agenda de los Estados. El proceso catalán no solo es un asunto interno del Estado español por motivos históricos, a los que la Generalitat parece haber renunciado: nuestra anexión fue fruto de un despropósito del que media Europa fue cómplice. No lo es por motivos políticos: Europa no puede cerrar los ojos a un movimiento cívico, pacífico y tan multitudinario que canaliza las peticiones democráticas de todo un pueblo. No lo es por motivos económicos: desde el inicio de la crisis (2007) Cataluña acumula un espolio fiscal de 120.000 M€, mientras ve crecer su propia deuda e hipoteca su desarrollo futuro. Si el proceso de reforma del Estatuto de autonomía se hubiera resuelto de forma civilizada, tal como se reclamaba desde la sociedad civil catalana, hoy Cataluña ni tendría deuda ni tendría que obligarse a hacer recortes para poder pagar los intereses: y además dispondría de 60.000 M€ adicionales. Solo una Cataluña sin límites en su autogobierno podrá satisfacer parte de al deuda generada por una oligarquia derrochadora que todavía se empecina en agujerear España y unir sus propios descosidos con hilos de acero.

Tampoco lo es por el simple interés de los Estados de nuestro entorno, ya qu el respeto por los derechos de los estranjeros en Cataluña, la libre circulación y la seguridad jurídica que tanto reclaman los inversores extranjeros dependen del hecho queu el Estado catalán integre los organismos internacionales y herede las obligaciones que ellos emanen y que desde hace décados se han incorporado a nuestro ordenamiento.

Y finalmente, no lo es porque tenemos que tener la voluntad de ser generosos con España y con Europa. Pero, eso sí, si el mundo nos hace por el pedregal, pasaremos. Pero al terminar nuestra actitud con el Estado vecino y su deuda tendrá que ser muy diferente. Europa sabe valorar muy bien los riesgos y por este motivo parece decantarse la balanza a favor de España. Por lo tanto, Cataluña tiene que ser capaz de proporcionarle algunas variables capaces de modificar el resultado de su cálculo a nuestro favor.

Y esto lo tenemos que hacer sabiendo que a estas alturas, el debate no es sobre la independencia si o no. El debate es sobre si el acceso a la plena sobiranía tiene que ser pactado con todos los actores afectados, o no. Ahora ya sabemos que España nos quiere llevar a una secesión no pactada, a pesar que los informes del CARN todavía no contemplen este escenario. Además de poco realista, pactar la secesión con España dentro de su marco política y constitucional puede ser un gran error estratégico. Simplemente, estaríamos condicionando la independencia al acuerdo. Y, sabiendo esto, España nos podría una condiciones tan draconianas que nos resultarían inaceptables. Y mientras no hubiera acuerdo, no podría haber independencia. Fácilmente, arribaríamos a un punto muerto como el de la sentencia del TC en 2010 sobre la reforma del Estatuto de autonomía. La contrapartida de la secesión pactada es que la independencia y el acceso del nuevo Estado a la comunidad internacional es avalada por el Estado matriz. No obstante, el valor real del aval no del Estado español no es equiparable con el valor del aval de Reino Unido, si lo comparamos con el caso de Escocia.

En cambio, el escenario de la sucesión no pactada es diferente. Si no hay pacto tendremos que tirar por la calle del medio. Entonces, una vez conseguida la plena sobiranía, tendremos todo el tiempo del mundo para pactar lo que convenga dentro del marco del Derecho Internacional. Pero llegados a este punto y dada la situación económica de España, las condiciones las podríamos poner nosotros. Renunciando a los pactismos, España no impedirá la independencia, simplemente estará admitiendo de forma tácita dejar de ser parte del proceso. Por nuestra parte, es mucho más inteligente pactar con sus creditores y avaladores.

Bien, ya me disculparéis pero yo vuelvo al huerto. Al final la tormenta de estos días no ha sido más que una breve lluvia. Aun habrá sido provechosa.

Albert Pont

Presidente del Cercle Català de Negocis

La data de publicació és: 04-07-2014